lunes, 24 de septiembre de 2018

LA BESTIA SIN SU BELLA...Y SU INAGOTABLE SOLEDAD...

De entre los pocos placeres de la vida, de esas contadas sensaciones placenteras, de ese escapar de la rutinaria y monótona existencia de seguir viviendo, entre leer libros o escuchar buena música, quizás no haya mayor placer que el asistir en compañía de excelentes amigos a espectar una interesante película en uno de los tantos cines de esta citadina y calurosa ciudad de Lima y es entonces que la magia de ese séptimo arte que antaño y ahora sigue fascinando a millones de almas envuelven mis retinas en esa sucesión interminables de secuencias que Lumiere y Melius creara para el deleite de nuestra sensaciones, el cine, su magia, el sueño, es la antípoda de lo real, de ese real maravilloso del que miles de almas escapan constantemente, y es como la literatura el sueño ficticio de la interminable muerte de la esperanza, el ocaso del sol de la apabullante realidad por noventa minutos, y el envolvimiento grato de las neuronas en ese mar de fantasías, y más aún si esta vez como tantas otras Disney nos sorprende con una película bien lograda, que recrea maravillosamente ese cuento mágico de antaño, que hiciera suspirar entre grotescas formas iniciales, la de la bestia, y la lozana y fresca fisonomía juvenil, la de Bella, magistralmente interpretada por una jovencísima Emma Watson, esa fábula antiquísima de amor imposible, entre el hechizado engendro y la ternura encandilada de la sublime nobleza de la chica de Harry Potter, el juego de luces es magistral y el montaje de fotografía espectacular, los encuadres geniales y los diálogos logrados, como aquella imagen de bella cantando al inicio de la película sobre una loma de fresco verdor, cuando se queja de su aburrida vida provincial, la cámara en elevación de 60°, el sutil alejamiento y el giro interminable en 360°, nos recuerda el perfecto engranaje de las mejores tomas de aquella otra joya del cine como la Novicia Rebelde y entonces Emma Watson es Julie Andrew, salvando las distancias temporales pero si hay algo en lo que este juego de luces, de fantasía pura, de ensoñación divina nos sumerge y nos conmueve es que representa ese imposible que muchos buscamos como posible, el amor por lo grotesco y su feliz culminación, porque después de todo amar lo grotesco es amar lo imposible, y si amas lo imposible déjalo ir, es la lección que la bestia nos enseña, cantando triste sobre su torre de piedra, mientras la bella se aleja a galope, porque el amor impone sacrificios y si realmente amas a alguien déjalo ir, y sin embargo asistimos a la conclusión de que después de todo no resulta tan descabellado como imposible amar lo imposible, la transformación de la Bestia, horrendo, perplejo, en un manso corderito de irradiante ternura, por el poder sin límites del amor, nos recuerda que uno puede sufrir también semejante transformación amando a la horrenda sociedad, si también como el engendro sentimos una transformación interior, el baile de la Bestia en el Salón con la dulce e inocente Bella nos lo demuestra, es la imagen más perfecta, la culminación de lo sublime, Sí Bella y Bestia son, como dice la canción, indesligables como lo bello y lo grotesco que anida en nosotros, memorable escena de magia, sueño y elegancia que nos transporta a un mundo mágico y onírico y porque no lírico si tenemos en cuenta que la música sublime y las canciones de un leve toque de añoranzas resultan ser la cereza del pastel, los días de Sol volverán, sí volverán, la ternura de sus personajes Din Don, Lumiere, Plumet, la Señora Port y el pequeño Chip, nos enseña que allí en el mundo oscuro, senil, vetusto y tétrico del castillo, así como de este mundo real y negruzco, personajes existen aún que, con su bondad y ternura, nos ayudan a transformar nuestra bestia interior en luminoso y apuesto caballero, que esta vez, redimiendo viejos errores, amará sin duda alguna a esa otra bestia, la de la horrenda humanidad y nuestros malos pensamientos...

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